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Asesinato de 147 jóvenes estudiantes cristianos |
No cabe expresar en palabras, la indignación, repugnancia e impotencia
que produce contemplar la impúdica indiferencia mundial ante la exhibición de máxima crueldad humana, y
que se hace habitual fundamentalmente con el asesinato de cientos de miles de cristianos en
todo el mundo y también de otras personas.
Ello contrasta con la reacción mundial inmediata y generalizada, cuando las victimas son del "primer mundo" y no llevan apelativo de cristianos, incluyendose campañas de "je suis... " y manifestaciones en las calles con la presencia de líderes mundiales.
Nadie puede expresar más y mejor, esta impúdica indiferencia,como los profesionales de la palabra, exploradores de Verdad. En este caso exponemos la de nuestro admirado Juan Manuel de Prada:
Y es que, como bien dice, lo peor de toda esta exhibición de infinita crueldad humana, seria tambien reducirlo y enfocarlo ciega y
simplistamente, como "un problema entre religiones".
Exponemos algunas
frases del artículo: "La equidistancia" que nos parecen especialmente clarificadoras (y mas abajo el articulo entero.)
"... Aquellos que ilusamente, piensan que
las religiones –así, en plural– son una calamidad que debe repudiarse,
puesto que impiden el advenimiento de las luces de gas de la Señora
Razón, y el disfrute opíparo de la Señorita Democracia, su hijita
licenciosa y cachonduela...
.. Nótese, por lo demás, que los yihadistas, que saben muy bien que el
Nuevo Orden Mundial es anticrístico, no dirigen sus ataques contra sus
organismos y gerifaltes, sino contra cristianos.
No entran con sus
ametralladoras en el gimnasio de tal mandamás de la ONU, o en la
peluquería de tal mandamasa del Fondo Monetario Internacional, sino en
templos católicos u ortodoxos, o en universidades donde saben que
estudian cristianos (y, antes de matarlos, se aseguran de que lo sean).
Con esto vuelve a demostrarse que la vesania yihadista y la
«equidistancia» occidental tienen una estrategia y un enemigo común" ....
JUAN MANUEL DE PRADA
A nadie habrá pasado
inadvertido que la reciente matanza en la universidad de Garissa, en
Kenia, no ha provocado los mismos plañidos entre los mandatarios
occidentales que, por ejemplo, el asesinato de los caricaturistas de Charlie Hebdo;
tampoco ha desatado el fervorín de proclamas y manifiestos a que los
intelectuales pelmazos de izquierdas y derechas nos tienen
acostumbrados; y ni siquiera se han montado manifestaciones
multitudinarias con cartelería solidaria («Je suis Patatín o Patatán»),
para que las masas cretinizadas puedan echar la lagrimilla y volver a
sus casas orgullosísimas de haberse conocido. Es probable, en cambio,
que a algunos les haya pasado inadvertido que, al mismo tiempo que los
jóvenes cristianos keniatas eran masacrados, el metro de París exigía la
retirada de unos carteles en los que se anunciaba el concierto de unos
curas canoros; y no se hacía por aversión a esa plaga pestífera de los
curas canoros, sino porque, según se especificaba en los carteles, la
recaudación del concierto se destinaría a «los cristianos de Oriente».
Para justificar la remoción de los carteles, el metro de París alegó que
infringían la «laicidad», excusa en verdad demente, pues darle dinero a
quien lo necesita no significa hacer profesión de fe ni proselitismo.
Lo que en verdad querían decir estos bellacos es que los carteles de
marras estaban infringiendo la «equidistancia», que es donde está la
madre del cordero.
Lo que hicieron esos bellacos mierdosos del metro de
París lo vemos, bajo expresiones menos diarreicas o más disimuladas, en
cualquier lugar de Occidente, incluida nuestra España putrefacta; sólo
que los franceses, que acaban de recibir el mazazo hebdomadario, están
todavía más cagaditos que el resto, y en su afán por hacer postureo
equidistante, exageran la nota hasta la abyección. Pero la enfermedad de
la equidistancia es el fantasma que recorre todo el Occidente
neopagano: lo padecen sus politiquillos, pobres monigotes al servicio de
un Nuevo Orden Mundial que tiene claro (y lo ha tenido siempre) que el
verdadero enemigo es el cristianismo, cuya derrota debe alcanzarse a
través de todos los medios, incluido el aprovechamiento del terror
islámico, que puede empujar a muchos a la apostasía por miedo; y lo
padecen también sus masas cretinizadas, esas turbas de paganos (en el
doble sentido de la palabra: porque han dejado de creer en Dios y porque
son tan sólo rebaños de pulgones a los que el Nuevo Orden Mundial
ordeña por vía tributaria, para que financien sus usuras) que,
ilusamente, piensan que las religiones –así, en plural– son una
calamidad que debe repudiarse, puesto que impiden el advenimiento de las
luces de gas de la Señora Razón, y el disfrute opíparo de la Señorita
Democracia, su hijita licenciosa y cachonduela.
Nótese, por lo demás, que los yihadistas, que saben muy
bien que el Nuevo Orden Mundial es anticrístico, no dirigen sus ataques
contra sus organismos y gerifaltes, sino contra cristianos. No entran
con sus ametralladoras en el gimnasio de tal mandamás de la ONU, o en la
peluquería de tal mandamasa del Fondo Monetario Internacional, sino en
templos católicos u ortodoxos, o en universidades donde saben que
estudian cristianos (y, antes de matarlos, se aseguran de que lo sean).
Con esto vuelve a demostrarse que la vesania yihadista y la
«equidistancia» occidental tienen una estrategia y un enemigo común. Y
que a ambas las guía la misma luz, aquella luz –en palabras de
Chesterton– «que nunca se ha extinguido, un fuego blanco que se aferra
como una fosforescencia extraterrenal, haciendo brillar su rastro por
todos los crepúsculos de la historia: es el halo del odio alrededor de
la Iglesia de Cristo».