lunes, 22 de septiembre de 2025

¿Qué puede enseñar un médico de familia a los estudiantes de Medicina?

"El Doctor", cuadro de Luke Fildes.1891

       
         “Yo amo sí, profundamente a la Universidad; porque nada me colma de alegría y de paz como ese acto transido de divina humildad que es la enseñanza.
           Y esta enseñanza mía… quisiera estuviese siempre impregnada de las dos razones inequívocas del enseñar; es decir, del sentido de la responsabilidad, y del anhelo de la claridad”  

   “Lo que importa es enseñar modos: modos de conducta, modos de aprender”
Gregorio Marañón . Vocación y ética, p. 132-133.


 Se inicia un nuevo curso académico y siempre nos hacemos esta pregunta:   
       ¿Qué puede enseñar un modesto médico de familia o de cabecera -en este caso cargado con el bagaje de toda su trayectoria profesional-, a los estudiantes de Medicina?
Y la respuesta
que nos surge es: 

      Algo que no está escrito en los libros que estudian y que sin embargo resulta esencial en la práctica médica. Y es aquello que recoge "destilado gota a gota” con el tiempo, el médico de familia en su práctica asistencial. 

Son básicamente dos cosas esenciales para transmitirles:
La primera: 
       Es hacerles saber la plenitud personal y felicidad que genera la tarea de intentar aliviar el sufrimiento humano, contribuyendo con ello al bien común  y participando “de primera mano” en el verdadero progreso social.
Siendo conscientes del valor y significado de su noble labor así como la “sana adicción” que genera tal tarea.
En dos palabras: fomentar la vocación y reconocer la trascendencia del acto médico. 
(Para los cristianos puede significar además, completar la obra de Dios).

     También tratar de transmitirles el “encanto y el privilegio” de ser médico de familia, pues estamos convencidos que ningún otro trabajo permite conocer mejor el alma humana y alcanzar mayor plenitud, puesto que el paciente le abre su cuerpo y alma, tanto o más, que al sacerdote en la confesión.

 Y la segunda cosa esencial sería:
      No caer en la tentación de adorar a los tres “becerros de oro” de nuestro tiempo -y de todos los tiempos-: el dinero, el poder y el prestigio o las apariencias. 
     Curiosamente todos ellos son ofrecidos por “los satélites” que giran alrededor del mundo de la Medicina: desde las “grandes corporaciones financieras” o los “entes laborales” que prometen estos “falsos tesoros” a cambio de deshacerse de la dignidad profesional.
       
Admitiendo que estos “valores” también pueden resultar  positivos, -siempre en su justa medida-: El dinero necesario para una vida digna, así como el poder, cuando dimana y se ejerce con responsabilidad. Pero evitando "las borracheras de poder”, esto es: no cayendo en abusos, maltratos o el uso indebido del título para intereses personales crematísticos deleznables.

      Y el prestigio, cuando es de Verdad y no falsificado por “los satélites”,  también podría resultar fecundo porque aumentaría el efecto terapéutico del galeno. Así como las apariencias, cuando no son impostura o si sirven como rituales para dignificar el acto médico. 
        Pero evitando un uso torticero o pedante del prestigio social que conlleva ser médico (solo disculpable, este último mal uso, en  los primeros años de inmadurez profesional);  Prestigio, labrado por muchas generaciones anteriores, a base de vidas entregadas, generosidad, humildad y ciencia.
        En cualquier caso, estos “valores” pueden ser fugaces y cambiantes como todo lo humano, por estar sometidos a multitud de variables ajenas al valor intrínseco de la persona. 

      Tan solo permanecería invariable, un valor en el médico: el de la propia conciencia cuando se trata de obrar siempre acompañado de la dignidad profesional y humana.
       Y asimismo cuando se lleva “grabada en la mente” la intención de ayudar al que lo necesite con todo nuestro saber y capacidad, sin importar sus circunstancias personales.

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