“Yo amo sí, profundamente a la Universidad; porque nada me
colma de alegría y de paz como ese acto transido de divina humildad que es la
enseñanza.
Y esta
enseñanza mía… quisiera estuviese siempre impregnada de las dos razones
inequívocas del enseñar; es decir, del sentido de la responsabilidad, y del
anhelo de la claridad”
“Lo que importa es
enseñar modos: modos de conducta, modos de aprender”
Gregorio Marañón . Vocación y ética, p. 132-133.
Se inicia un nuevo curso académico y siempre nos hacemos esta
pregunta:
¿Qué puede enseñar un modesto médico de familia o de cabecera -en este
caso cargado con el bagaje de toda su trayectoria profesional-, a los
estudiantes de Medicina?
Y la respuesta que nos surge es:
Algo que no está escrito en los libros que estudian y que sin embargo resulta
esencial en la práctica médica. Y es aquello que recoge "destilado gota a
gota” con el tiempo, el médico de familia en su práctica asistencial.
Son básicamente dos cosas esenciales para transmitirles:
La primera:
Es hacerles saber la plenitud personal y felicidad que genera la tarea de
intentar aliviar el sufrimiento humano, contribuyendo con ello al bien
común y participando “de primera mano” en el verdadero progreso social.
Siendo conscientes del valor y significado de su noble labor así como la “sana
adicción” que genera tal tarea.
En dos palabras: fomentar la vocación y reconocer la trascendencia del acto
médico.
(Para los cristianos puede significar además, completar la obra de Dios).
También tratar de transmitirles el “encanto y el privilegio” de ser médico de familia, pues estamos convencidos que ningún otro trabajo permite conocer mejor el alma humana y alcanzar mayor plenitud, puesto que el paciente le abre su cuerpo y alma, tanto o más, que al sacerdote en la confesión.
Y la segunda cosa esencial sería:
No caer en la tentación de adorar a los tres “becerros de oro” de nuestro
tiempo -y de todos los tiempos-: el dinero, el poder y el prestigio o las
apariencias.
Curiosamente todos ellos son ofrecidos por “los satélites” que giran
alrededor del mundo de la Medicina: desde las “grandes corporaciones
financieras” o los “entes laborales” que prometen estos “falsos tesoros” a
cambio de deshacerse de la dignidad profesional.
Admitiendo que estos “valores” también pueden resultar positivos, -siempre en su justa medida-: El dinero necesario para una vida digna, así como el poder, cuando dimana y se ejerce con responsabilidad. Pero evitando "las borracheras de poder”, esto es: no cayendo en
abusos, maltratos o el uso indebido del título para intereses personales
crematísticos deleznables.
Y el prestigio, cuando es de Verdad y no falsificado por “los satélites”,
también podría resultar fecundo porque aumentaría el efecto terapéutico del
galeno. Así como las apariencias, cuando no son impostura o si sirven como
rituales para dignificar el acto médico.
Pero evitando un uso torticero o pedante del prestigio social que
conlleva ser médico (solo disculpable, este último mal uso, en los
primeros años de inmadurez profesional); Prestigio, labrado por
muchas generaciones anteriores, a base de vidas entregadas, generosidad,
humildad y ciencia.
En cualquier caso, estos “valores” pueden ser fugaces y cambiantes como todo lo
humano, por estar sometidos a multitud de variables ajenas al valor
intrínseco de la persona.
Tan solo permanecería invariable, un valor en el médico: el
de la propia conciencia cuando se trata de obrar siempre acompañado de la
dignidad profesional y humana.
Y asimismo cuando se lleva “grabada en la mente” la intención de ayudar al que
lo necesite con todo nuestro saber y capacidad, sin importar sus circunstancias
personales.
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