“Todas las lacras de nuestra Medicina pueden
reunirse en las dos grandes manifestaciones del dogmatismo: una, práctica, el profesionalismo, y otra, teórica,
el cienticifismo..
Por cientificismo
se entiende, en el caso mejor, la fe excesiva en todo lo que viene de
la ciencia; y, en el caso peor, se llama así al manejo intencionado de
todo lo que no lo es, para pasar por
hombre de ciencia y aprovechar indebidamente la prerrogativa que este título supone ante la gente vulgar”.
Gregorio Marañón
“Pero la Medicina seguirá siendo, en su origen
y en su esencia, un arte humilde, de
observación directa de la Naturaleza, cuyo contacto no puede perderse, pase lo que pase, sin peligro gravísimo
de errar. Y ahora
bordeamos ese peligro:
He aquí porque en estos últimos años me
esfuerzo en destacar el valor de la observación
clínica directa frente a la excesiva afición investigadora de los jóvenes, que estimo legítima, que yo mismo he
procurado encender, pero que necesita
freno.
El freno es el enfermo mismo.
Nada debe plantearse experimentalmente en
Medicina que no sea una prolongación del experimento que ya nos planteó la Naturaleza en cada enfermedad.”
Gregorio Marañón Del libro Vocación y ética
Exponemos aquí un artículo luminoso de Juan Manuel de Prada que refleja una realidad social, ya difundida desde los medios de comunicación general.
Se trata del
submundo de los “estudios científicos” que demuestran lo que haya que demostrar: desde que el agua es de color amarillo
o que los elefantes vuelan "a veces";
E incluso pueden ser "proféticos" permitiendo adivinar las enfermedades concretas que padecerá el paciente en los próximos años.
Todo ello merced a nuevos estudios o nuevos métodos de investigación mágicos, con "algoritmos" y una "inteligencia suprahumana" cuasi divina, eufemísticamente denominada "artificial".
Y resulta importante incidir en ello, porque estos llamados “estudios recientes” publicados en
revistas “científicas” -siempre en inglés-, suelen ser recibidos
con fe ciega y cierta candidez, especialmente por médicos en formación, pero también a
menudo son acogidos de forma acrítica por quienes se sienten más experimentados.
Todo ello dentro de un submundo donde es difícil dilucidar
hasta donde llegan los conflictos de intereses.
Timoteca cientifista
JUAN MANUEL DE
PRADA
Me pareció muy luminoso un reportaje de Manuel Ansede,
publicado hace algunas semanas en el diario El País, donde se
denunciaba el «lado más oscuro de la ciencia» y se desnudaba la lóbrega
realidad de la ‘producción’ académica. Ansede llegaba a identificar a un
profesor español que había publicadodurante el pasado año la friolera de 176
estudios científicos (los celebérrimos papers); es decir, un
estudio cada dos días (con domingos incluidos, pues estos caraduras, más
laboriosos que el mismísimo Dios, no descansan al séptimo día). Y, a su zaga,
había varios estajanovistas del timo que evacuaban más de un centenar de
estudios anuales.
Así, engordando currículos académicos con bazofias, se
reparten hoy cátedras en España
Ansede afirmaba en su reportaje que un investigador
concienzudo publica «una decena de artículos al año como mucho». Diez se nos
antoja una cifra desorbitada, pues una investigación concienzuda exige mucho
tiempo; pero el mefítico sistema de promoción universitaria se ha hecho
depender insensatamente del número de publicaciones, azuzando el refrito, la
proliferación de banalidades charlatanescas, el batiburrillo fragmentario, la
exposición por entregas de una misma investigación estirada como el chicle, etcétera.
Un investigador que desea hacer carrera académica es obligado a publicar en las
‘revistas científicas’ del ramo un fárrago abrumador de trabajos casi siempre
prescindibles, casi siempre inanes, casi siempre de recuelo. Esta evaluación
‘al peso’ del trabajo científico acaba, inevitablemente, incubando timos tan
variopintos y pasmosos como los de esos profesoruchos que completan un paper cada
dos días. Pero, sobre todo, nos depara un paisaje desolador: la universidad
concebida como timoteca a granel o –como la describe uno de los profesores
denunciantes entrevistados en el reportaje–«macrogranja de gallinas ponedoras
de estudios». Falsos estudios, convendría precisar; pues nadie puede completar
un estudio sustancioso y dilucidador en dos días, ni tampoco en quince, ni
siquiera en cien. Aquella pesadillesca Biblioteca de Babel concebida por
Borges, al lado de este ingente fárrago fraudulento, se nos antoja una sucursal
del Paraíso.
Una timoteca de tan vastas proporciones, para mantener su
ritmo de producción, necesita recurrir a las triquiñuelas más abracadabrantes.
El reportaje citado nos revela que muchos de estos investigadores grafómanos
firman –a cambio de apoquinar cantidades nada exiguas– trabajos rocambolescos
en los que ni siquiera han participado, con ‘coautores’ a los que ni siquiera
conocen, oriundos de India o Arabia Saudita (donde, al parecer, se halla el
principal centro productor de la ‘macrogranja’). También se nos revela la
existencia de mafias de citas, redes internacionales de investigadores de
pacotilla que se citan entre sí, para que sus grimosos estudios asciendan
artificialmente en los rankings. Y se nos revela, en fin, que
existen conglomerados editoriales que agrupan cientos de ‘revistas
científicas’, donde cada año se publican miles de bodrios aliñados que sirven a
los profesoruchos inescrupulosos para ascender en el escalafón académico. Todo
ello sucede en España con el beneplácito de la Agencia Nacional de Evaluación
de la Calidad y Acreditación (ANECA), organismo supuestamente encargado de
velar por la salud de la universidad española que ha permitido su conversión en
un hediondo establo de Augías. Así, engordando currículos académicos con
bazofias de este jaez, se están repartiendo cátedras en España; y, como en
España, en los países de ‘nuestro entorno’, todos ellos bajo el yugo del
infausto Plan de Bolonia. Y son estas bazofias las que están recibiendo
fastuosas subvenciones (también públicas) con tal de que aborden los paradigmas
que interesan al reinado plutocrático mundial. ¿Nadie se ha parado a pensar por
qué los ‘científicos’ se han convertido en una casta de jenízaros dedicados a
repetir como papagayos todos los paradigmas –desde el ‘cambio climático’ hasta
las ‘teorías de género’, pasando por la ‘vacunolatría’ furibunda– que
interesan a la agenda plutocrática?
Por supuesto, el ascenso de los timadores se logra a costa
de relegar a los escasos científicos que no se avienen al fraude. Pero esta
inmensa y vertiginosa timoteca no sería ni siquiera concebible si antes no se
hubiese extendido entre las masas cretinizadas la idolatría cientifista, una
nueva forma de superstición que se arrodilla, fervorosa y trémula, ante
cualquier mamarrachada proferida por estos farsantes, que la propaganda
sistémica presenta como ‘expertos’.
Bastará que esa idolatría o superstición
borreguil decayese para que toda esta timoteca se derrumbara estrepitosamente.
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