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miércoles, 9 de agosto de 2023

Primera lección de Medicina

 

El Dr. Gregorio Marañón pasando visita en el hospital, en presencia de otros médicos y  residentes.

El saber, “el creer”, el sentir y el amar
también se transmiten por mimetismo.
Este es el gran milagro de la Divinidad,
y el gran deber de la humanidad.  *JFJB.

   Tal vez nunca haya sido tan necesario volver a beber de los manantiales donde nace el rio de nuestra vocación.
Ni volver a apoyarse en las columnas que sustentan el edificio de nuestra profesión.
Y es que la Medicina es presente y futuro. 
Pero también pasado: para crecer, "reconducir",... para avanzar.

Por ello resulta siempre actual  -por ser eterna y universal-  recordar la primera lección de Medicina que nos dejó uno de los grandes maestros, Gregorio Marañón:

¿Qué es la clínica?

El juicio clínico se compone de tres factores: intuición, empleo de los métodos científicos auxiliares y rigurosa moralidad.
Si me preguntaran la categoría de estos tres factores, diría que el principal es el tercero, y el último el segundo.
 

¿Qué métodos exploratorios debe manejar personalmente el clínico?

Exclusivamente los referentes a la exploración clásica. Esto en cuanto a los médicos generales. 
Porque los especialistas se fundan precisamente en la ejecución de los métodos exploratorios auxiliares.

 ¿Cuáles son las condiciones o aptitudes que debe poseer y cultivar el clínico?

La vocación y el estudio, como cualidades positivas; la modestia, la ausencia de pedantería, como cualidades negativas.

Gregorio Marañón
Revista: La ciencia y el arte de la Medicina. Madrid. 1959


jueves, 3 de agosto de 2023

La fiabilidad de los estudios "científicos"

 

 

       “Todas las lacras de nuestra Medicina pueden reunirse en las dos grandes manifestaciones del dogmatismo: una, práctica, el profesionalismo, y otra, teórica, el cienticifismo..
     
       Por cientificismo se entiende, en el caso mejor, la fe excesiva en todo lo que viene de la ciencia; y, en el caso peor, se llama así al manejo intencionado de todo lo que no lo es, para pasar por hombre de ciencia y aprovechar indebidamente la prerrogativa que este título supone ante la gente vulgar”
                                                                    Gregorio Marañón


Pero la Medicina seguirá siendo, en su origen y en su esencia, un arte humilde, de observación directa de la Naturaleza, cuyo contacto no puede perderse, pase lo que pase, sin peligro gravísimo de errar. Y ahora bordeamos ese peligro:

He aquí porque en estos últimos años me esfuerzo en destacar el valor de la observación clínica directa frente a la excesiva afición investigadora de los jóvenes, que estimo legítima, que yo mismo he procurado encender, pero que necesita freno.
El freno es el enfermo mismo.


Nada debe plantearse experimentalmente en Medicina que no sea una prolongación del experimento que ya nos planteó la Naturaleza en cada enfermedad.” 

                                      Gregorio Marañón Del libro Vocación y ética


Exponemos aquí un artículo luminoso de Juan Manuel de Prada que refleja una realidad social, ya difundida desde los medios de comunicación general.
 Se trata del submundo de los “estudios científicos” que demuestran lo que haya que demostrar: desde que el agua es de color amarillo o que los elefantes vuelan "a veces"; 
E incluso pueden ser "proféticos" permitiendo adivinar las enfermedades concretas que padecerá el paciente en los próximos años.
Todo ello merced a nuevos estudios o nuevos métodos de investigación mágicos, con "algoritmos" y una "inteligencia suprahumana" cuasi divina, eufemísticamente denominada "artificial".

Y resulta importante incidir en ello, porque estos llamados estudios recientes” publicados en revistas “científicas” -siempre en inglés-, suelen ser recibidos con fe ciega y cierta candidez, especialmente por médicos en formación, pero también a menudo son acogidos de forma acrítica por quienes se sienten más experimentados.

Todo ello dentro de un submundo donde es difícil dilucidar hasta donde llegan los conflictos de intereses.


Timoteca cientifista

JUAN MANUEL DE PRADA

Me pareció muy luminoso un reportaje de Manuel Ansede, publicado hace algunas semanas en el diario El País, donde se denunciaba el «lado más oscuro de la ciencia» y se desnudaba la lóbrega realidad de la ‘producción’ académica. Ansede llegaba a identificar a un profesor español que había publicadodurante el pasado año la friolera de 176 estudios científicos (los celebérrimos papers); es decir, un estudio cada dos días (con domingos incluidos, pues estos caraduras, más laboriosos que el mismísimo Dios, no descansan al séptimo día). Y, a su zaga, había varios estajanovistas del timo que evacuaban más de un centenar de estudios anuales.

Así, engordando currículos académicos con bazofias, se reparten hoy cátedras en España

Ansede afirmaba en su reportaje que un investigador concienzudo publica «una decena de artículos al año como mucho». Diez se nos antoja una cifra desorbitada, pues una investigación concienzuda exige mucho tiempo; pero el mefítico sistema de promoción universitaria se ha hecho depender insensatamente del número de publicaciones, azuzando el refrito, la proliferación de banalidades charlatanescas, el batiburrillo fragmentario, la exposición por entregas de una misma investigación estirada como el chicle, etcétera. Un investigador que desea hacer carrera académica es obligado a publicar en las ‘revistas científicas’ del ramo un fárrago abrumador de trabajos casi siempre prescindibles, casi siempre inanes, casi siempre de recuelo. Esta evaluación ‘al peso’ del trabajo científico acaba, inevitablemente, incubando timos tan variopintos y pasmosos como los de esos profesoruchos que completan un paper cada dos días. Pero, sobre todo, nos depara un paisaje desolador: la universidad concebida como timoteca a granel o –como la describe uno de los profesores denunciantes entrevistados en el reportaje–«macrogranja de gallinas ponedoras de estudios». Falsos estudios, convendría precisar; pues nadie puede completar un estudio sustancioso y dilucidador en dos días, ni tampoco en quince, ni siquiera en cien. Aquella pesadillesca Biblioteca de Babel concebida por Borges, al lado de este ingente fárrago fraudulento, se nos antoja una sucursal del Paraíso.

Una timoteca de tan vastas proporciones, para mantener su ritmo de producción, necesita recurrir a las triquiñuelas más abracadabrantes. El reportaje citado nos revela que muchos de estos investigadores grafómanos firman –a cambio de apoquinar cantidades nada exiguas– trabajos rocambolescos en los que ni siquiera han participado, con ‘coautores’ a los que ni siquiera conocen, oriundos de India o Arabia Saudita (donde, al parecer, se halla el principal centro productor de la ‘macrogranja’). También se nos revela la existencia de mafias de citas, redes internacionales de investigadores de pacotilla que se citan entre sí, para que sus grimosos estudios asciendan artificialmente en los rankings. Y se nos revela, en fin, que existen conglomerados editoriales que agrupan cientos de ‘revistas científicas’, donde cada año se publican miles de bodrios aliñados que sirven a los profesoruchos inescrupulosos para ascender en el escalafón académico. Todo ello sucede en España con el beneplácito de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), organismo supuestamente encargado de velar por la salud de la universidad española que ha permitido su conversión en un hediondo establo de Augías. Así, engordando currículos académicos con bazofias de este jaez, se están repartiendo cátedras en España; y, como en España, en los países de ‘nuestro entorno’, todos ellos bajo el yugo del infausto Plan de Bolonia. Y son estas bazofias las que están recibiendo fastuosas subvenciones (también públicas) con tal de que aborden los paradigmas que interesan al reinado plutocrático mundial. ¿Nadie se ha parado a pensar por qué los ‘científicos’ se han convertido en una casta de jenízaros dedicados a repetir como papagayos todos los paradigmas –desde el ‘cambio climático’ hasta las ‘teorías de género’, pasando por la ‘vacunolatría’ furibunda– que interesan a la agenda plutocrática?

Por supuesto, el ascenso de los timadores se logra a costa de relegar a los escasos científicos que no se avienen al fraude. Pero esta inmensa y vertiginosa timoteca no sería ni siquiera concebible si antes no se hubiese extendido entre las masas cretinizadas la idolatría cientifista, una nueva forma de superstición que se arrodilla, fervorosa y trémula, ante cualquier mamarrachada proferida por estos farsantes, que la propaganda sistémica presenta como ‘expertos’.
Bastará que esa idolatría o superstición borreguil decayese para que toda esta timoteca se derrumbara estrepitosamente.

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