jueves, 14 de septiembre de 2017

El "Sindrome de estocolmo social" en España y Europa



 Es un tema ya tratado en este blog: El Sindrome de estocolmo, como enfermedad social , pero que resulta de actualidad a raíz de los últimos atentados terroristas, pues afecta a España en general y más en concreto a Cataluña, como antes más al País vasco, pero sobre todo afecta a casi toda  Europa:  Suecia, Dinamarca, Reino Unido, Alemania, Francia, etc. 
Aunque afortunadamente parece que existen aun partes sanas, que resisten heroicamente esta pandemia, quizás por estar inmunizadas al haber estado ya en contacto con el virus mutante. (Polonia, Hungría, Rusia...).

Tal vez se trate de una de las enfermedades sociales más comunes y de mayor trascendencia en el ser humano, lo que supone un reto para la Medicina como ciencia social, en el siglo XXI
Y es que el SDE además de ser una enfermedad personal, lo es por encima de todo: también social.
Consiste a grandes trazos, en una identificación y/o atracción de la víctima con el agresor  ya sea este: agente personal o social, el cual ejerce su poder a través de la máxima coacción o  violencia, lograndose su fagotizacion y con ello que la victima asuma y comparta sus acciones y justificaciones.
Seria en último término, un mecanismo de defensa, que si bien puede resultar útil en un primer momento, supone sin embargo un importante factor autodestructivo personal, o en este caso: social.

Recordemos que se describió por vez primera, en Estocolmo, cuando una mujer secuestrada se enamoró de su violento secuestrador, identificándose y asumiendo plenamente su discurso y acciones violentas, dirigidas contra su propia familia y su persona.
Se suele dar en situaciones de máxima debilidad, impotencia y en personalidades especialmente vulnerables.
 Las sociedades, en cuanto masas,  son sin duda  más proclives a padecerlo. Señalemos que las características de las masas, según Marañón, Ortega y Gasset, y Le Bon (Psicología de las masas) son:
1-     Desvalorización de la razón sustituida por la emoción,
2-      La ausencia de responsabilidad sustituida por la sugestión (No hace falta señalar que es esta , junto con la manipulación,  la caracteristica esencial de los dirigentes políticos)
3-      Su contagio por mimetismo…
Todo lo cual las hace especialmente vulnerables a la manipulación por parte de  personalidades psicopáticas o sin freno moral. Que precisamente por ello poseen una  energía suplementaria  que seduce o hipnotiza a las masas bloqueadas por el miedo.

Como todas las enfermedades sociales, los que mejor las describen, no son los psicólogos ni los médicos sino los escritores comprometidos con  la Verdad, pues son los más fieles testigos y los mas avizados observadores de la realidad humana.
En este caso, nuestro admirado maestro Juan Manuel de Prada o el mismo G. Marañón. Del primero es este luminoso artículo: 

Formas retorcidas de miedo:

Resulta, en verdad, paradójico que el lema elegido para responder a los atentados yihadistas recientes haya sido No tenemos miedo cuando, si algo se palpa en la sociedad catalana y española, es precisamente el miedo. Un miedo colosal, apretado y espeso, que adapta las expresiones más retorcidas, como ocurre siempre en las sociedades traumatizadas.
Una de esas expresiones es la ofuscación ideológica. Desde el separatismo absorto en su quimera, la labor de los Mossos d’Esquadra se pretende presentar grotescamente como un éxito policial sin precedentes, en un esfuerzo patético por presentarse en la palestra internacional como una nación autosuficiente; y toda denuncia de la chapucería policial que ha rodeado los atentados se entiende como un sórdido intento de dividir a los catalanes y un bilioso ejercicio de manipulación mediática. 

Pero sólo una sociedad corroída por un penoso síndrome de Estocolmo colectivo puede tragarse estas majaderías. Pues un análisis desapasionado nos muestra que la actuación de los Mossos d’Esquadra tras la providencial explosión del chalé de Alcanar es penosa. Si hubiesen hecho un registro mínimamente serio de los escombros causados por la explosión y hubiesen reparado en el alucinante arsenal de bombonas de butano que los terroristas atesoraban la masacre se habría evitado. Esto es un hecho incontrovertible; y tratar de negarlo es ofuscación ideológica de la peor calaña.
Pero no es esta ofuscación ideológica la muestra más retorcida del miedo que se ha adueñado de nuestra sociedad. 
Todavía más sobrecogedora resulta la persecución histérica de cualquier atisbo de pensamiento crítico, el furor censorio con que se castiga a las voces disonantes que se niegan a deglutir la alfalfa oficial. No estamos defendiendo, naturalmente, los burdos exabruptos racistas, ni las fanáticas lucubraciones conspiranoicas. Pero el furor censorio que se ha desatado contra las escasas voces que rompen el silencio de los corderos sólo es comprensible en sociedades genuflexas y temblonas, que son las más fácilmente manipulables.
 Quien se atreve a cuestionar la negligencia de las autoridades que se negaron a instalar bolardos en las calles es anatemizado como un propagandista del odio; quien osa señalar los errores teológicos más crasos del Islam es caracterizado como islamófobo. Así los manipuladores pueden conducir fácilmente al rebaño hasta el redil de sus intereses. Así un aberrante atentado islamista sirve como excusa para denunciar brotes de islamofobia.
 Chesterton nos enseñaba en La taberna errante que en el laicismo melifluo siempre se camufla un odio constitutivo y medular a la fe cristiana. Y también que el Islam era el catalizador que el laicista emplearía como ariete para derribar las enojosas barreras cristianas; pero que esta labor de derribo se esté realizando precisamente en estos días demuestra que la sociedad española es, en verdad, una masa genuflexa y temblona.
Y, mientras el miedo favorece el medro de los manipuladores, vuelve a helarnos la sangre en las venas el silencio de la única institución que podría traer luz en medio de las tinieblas. 
Hace apenas unos años, esa institución nos ofrecía discursos tan iluminadores como el que Benedicto XVI pronunció en Ratisbona; hoy sus jerarquías callan medrosas, o evacuan inanes tópicos buenistas, o –misterio de iniquidad– participan en la estigmatización de las escasas voces disonantes, como le ha ocurrido al sacerdote Santiago Martín.
 Así se cumple la terrible profecía de Cristo: “Os expulsarán de la sinagoga; y, cuando os maten, pensarán que están haciendo un servicio a Dios”.

Publicado en ABC el 26 de agosto de 2017  JUAN MANUEL DE PRADA
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El maestro Gregorio Marañón nos hace una descripción fisiopatológica magistral y transparente -a través de la parábola- de lo que más tarde se denominaría “Síndrome de Estocolmo”, la enfermedad social de mayor trascendencia en nuestro tiempo, y que se halla detrás de todas las actitudes “aparentemente incomprensibles e indignas” que afectan al hombre, cuando se halla en la encrucijada del miedo, ya sea terrorismo, sectarismo, acosos, etc.

.. ” Y el discípulo exclamó Maestro, eran todos unos Judas”.
“El maestro tardó un rato en contestar y al cabo de unos minutos dijo así a su
discípulo: No, no son unos Judas, amigo mío, son solamente Pedros.
Fíjate en que me han negado, no porque fueran malos, sino porque tenían miedo:
El hombre no está hecho para desafiar el peligro más que cuando sus instintos son
más fuertes que el miedo.
 

Y ciertamente la dignidad no es un instinto, sino una cualidad
brillante que llevamos como una condecoración en las grandes paradas de la
humana vanagloria, pero que, cuando pasamos por un trance arriesgado, nos olvidamos
de colocar sobre nuestra carne pecadora.


Pero el instinto sin un gran antídoto de experiencia es invencible y nos conduce
ante el peligro, a renegar. Más renegar no es traicionar: Renegar es más fácil y está
al alcance de todos los hombres. Traicionar es más difícil: se necesita para una
buena traición tanto arte como para conquistar una ciudad murada. El perjurio de
Pedro lo hubiera cometido igual cualquiera de sus otros discípulos. Aquella sutil y
sacrílega traición solo Judas la pudo cometer.”


Gregorio Marañón Obras Completas, IV, pág. 365.

Gregorio Marañón Obras Completas

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