No se trata de psicopatías entendidas como enfermedades psiquiátricas sino de otro tipo de patologías sociales, fundamentalmente de raíz moral que afectan a nivel personal, familiar y sobre todo social.
Se trata de personalidades denominadas indistintamente "psicópatas, sociópatas o narcisistas" que proliferan hoy en día en el mejor medio de cultivo que nunca hubo: el miedo; por ello se ven dentro de todas las estructuras sociales: familias, trabajos, medios de comunicación, y lo más grave por su gran repercusión: a nivel de tantos dirigentes y líderes sociales.
La explicación -casi antropólogica- ya nos la sugirió nuestro maestro Gregorio Marañón: y tendria sus ancestros en el hombre de la caverna, cuando eran atenazados por el miedo ya fuera por catástrofes, ataque de fieras, etc., allí surgían de manera natural los líderes que eran aquellos que disponían de una energía suplementaria al carecer del freno moral de la conciencia, es esa energía la que seduce e hipnotiza a las masas bloqueadas por el miedo
Recordemos que las tres características de las masas según Marañón y Ortega y Gasset son: 1- la disolución de la responsabilidad (se diluye como la tinta en el mar) 2- la sustitución de la razón por la emoción y la sugestión, y 3- el contagio extremo por mimetismo;
El resultado de todo ello serian: sociedades facilmente manipulables y la desvalorización de la verdad, incluida la cientifica.
Este artículo de nuestro admirado escritor Juan Manuel de Prada lo explica mejor y más hondo:
ANIMALES DE COMPAÑÍA
Son muchas las películas y novelas de diverso fuste y pelaje que han popularizado la figura del psicópata, convirtiéndolo en un emblema de nuestra época; y, en ocasiones, en el héroe o antihéroe de un tiempo oscuro que, a la vez que se horroriza, se regodea en su figura, con una fascinación creciente (hasta el extremo de que, en muchas series televisivas recientes, los psicópatas se convierten en personajes diseñados para provocar la ‘empatía’ de las audiencias cretinizadas).
Por otro lado, a través de los medios de comunicación, es cada vez más frecuente tropezarnos con casos que hielen la sangre en nuestras venas de psicópatas que perpetran los crímenes más abominables, con pasmosa frialdad, con ensañada premeditación y absoluta falta de remordimiento.
La psicopatía no es un trastorno mental (como lo es, por ejemplo, la esquizofrenia), sino un trastorno de la personalidad que no implica necesariamente incurrir en un comportamiento criminal. A los psicópatas la psiquiatría los describe como individuos pragmáticos, manipuladores, mentirosos, egocéntricos, antisociales (pese a gozar con frecuencia de un magnetismo innegable), impulsivos por naturaleza (pero en ningún caso nerviosos), carentes de empatía, irregulares en sus estados de ánimo, con una vida sexual deshilachada y deshumanizada y unas relaciones sentimentales inconsistentes que –en caso de existir– son un cúmulo de fingimientos.
El psiquiatra alemán Kurt Schneider, que se dedicó a diseccionar y clasificar las diversas personalidades psicopáticas, destacó que existen psicópatas hipertímicos (es decir, eufóricos e hiperactivos), depresivos, inseguros, fanáticos, necesitados de estima, abúlicos, asténicos… Aunque el elemento unificador de su conducta sea siempre la ausencia completa de sentimiento de culpa o de remordimiento.
El análisis de los rasgos de carácter y la descripción de los modelos de conducta propios de la psicopatía nos confronta con una realidad pavorosa. ¿No son, acaso, los rasgos de carácter y los modelos de conducta que nuestra época ha consagrado? ¿No podríamos, acaso, describir a muchos de nuestros políticos y a nuestros ídolos mediáticos (los que mayor aclamación popular provocan) como individuos manipuladores, mentirosos compulsivos y egomaníacos furibundos que disfrazan su odio al género humano con un magnetismo acaramelado? ¿No son las relaciones sexuales despersonalizadas y la falta de vínculos afectivos las propias de la era Tinder? ¿Acaso la hipertimia y la depresión, la inseguridad y el fanatismo, la abulia y la astenia, no son afecciones propias de un tiempo hipertecnologizado en el que la vida ha perdido sustancia y trascendencia?
Y, sobre todo, la ausencia completa de culpa o de remordimiento ¿no se ha convertido en la característica más notoria del Homo democraticus, incapaz de hacer un discernimiento moral de sus acciones? El gran inquisidor de Dostoievski lo explicaba maravillosamente bien: «Les permitiremos pecar, ya que son débiles, y por esta concesión nos profesarán un amor infantil. Les diremos que todos los pecados se redimen si se cometen con nuestro permiso. Y ellos nos mirarán como bienhechores, al ver que nos hacemos responsables de sus pecados ante Dios».
Articulo de XL Semanal https://www.xlsemanal.com/firmas/20210510/psicopatas-juan-manuel-de-prada.html
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