España enferma
LAS reacciones de histeria
que ha provocado el contagio de una de las enfermeras que cuidaron a los
misioneros víctimas del ébola nos permiten confirmar que somos un país
terminal, puro desecho de tienta sin otro destino salvo milagro que el
basurero de la Historia. Ver a los españoles, antaño graves y fieros,
convertidos en una gelatina temblona provoca una pena de tamaño cósmico.
Y luego, para colmo, está ese espectáculo indecente de los miramelindos y baldragas que lloriquean por el sacrificio del perro «Excalibur». Como escribía el gran Joseph Roth en «La cripta de los capuchinos»: «Siempre me ha parecido que los hombres que aman demasiado a los animales emplean en ellos una parte del amor que debieran dar a los seres humanos; y me di cuenta de lo justa que era esta apreciación cuando comprobé casualmente que los alemanes del Tercer Reich amaban a los perros lobos, a los pastores alemanes. ¡Pobres ovejas!, me dije».
A las sociedades sanas se las distingue porque, ante el
sufrimiento, se cierran como una piña, haciendo de ese sufrimiento una
causa común, en un anhelo por consolar y compartir los quebrantos de
quienes más padecen. Las sociedades enfermas, por el contrario, ante el
sufrimiento se dispersan como almas que lleva el diablo; y se empeñan
lastimosamente en buscar culpables. Tales comportamientos tienen (¡como
todo en la vida, a ver si nos enteramos de una puñetera vez!) una
explicación teológica.
Las sociedades enfermas se cagan por la pata abajo en cuanto olfatean la presencia de la muerte; y no debe extrañarnos, pues las han engolosinado con la milonga fatua de que la ciencia, la técnica, la democracia y el sursum corda ¡el sacrosanto progreso! velan por su salud.
Las sociedades enfermas se cagan por la pata abajo en cuanto olfatean la presencia de la muerte; y no debe extrañarnos, pues las han engolosinado con la milonga fatua de que la ciencia, la técnica, la democracia y el sursum corda ¡el sacrosanto progreso! velan por su salud.
Pero llega entonces la populosa e
imprevisible naturaleza, como un toro suelto en las dehesas de Dios, y
se burla de todas esas soplapolleces; y las sociedades enfermas empiezan
entonces a oler a cagalera.
En las sociedades sanas, por el contrario, los hombres saben que están hechos de barro y que la vida es a veces un regalo y a veces un valle de lágrimas; y ni el apego al regalo ni la aversión al valle de lágrimas son tan grandes como para que se espanten ante la proximidad de la muerte, que acatan con una suerte de tranquila resignación, en la esperanza de que su carne será mañana cuerpo glorioso.
En las sociedades sanas, por el contrario, los hombres saben que están hechos de barro y que la vida es a veces un regalo y a veces un valle de lágrimas; y ni el apego al regalo ni la aversión al valle de lágrimas son tan grandes como para que se espanten ante la proximidad de la muerte, que acatan con una suerte de tranquila resignación, en la esperanza de que su carne será mañana cuerpo glorioso.
Y es que en las sociedades sanas la vida es una preparación
para la muerte, un gran auto sacramental con letanías de sangre en donde
el hombre sólo se preocupa por salvar su alma; mientras que, en las
sociedades enfermas, la vida es una huida de la muerte, un ínfimo show
televisivo, sarasa e idiotizante, en donde el hombre se preocupa
irrisoriamente de salvar su cuerpo (¡sálvame de luxe!), aunque sea a
costa de joder al prójimo.
Nunca pensé que llegaría a leer que en la
tierra de San Ignacio y de Don Quijote ha habido que echar mano de
sanitarios en paro, porque los encargados de cuidar de una enferma se
negaban a hacerlo, temerosos de que les contagiara.
En este gesto de
cobardía bellaca, como de lombrices que se escaquean refugiándose en un
zurullo, queda resumida la mutación de un pueblo egregio en una papilla
humanoide.
¡Enemigos seculares de España, moros de la morería, gabachos
impíos, pérfidos hijos de la Gran Bretaña, venid por separado o en
comandita a saquearnos, venid a chuparnos la sangre y a picarnos los
bofes, que aquí encontraréis a un hatajo de gallinas menos dispuestas a
ofrecer resistencia que aquellos romanos del poema de Kavafis!
Y luego, para colmo, está ese espectáculo indecente de los miramelindos y baldragas que lloriquean por el sacrificio del perro «Excalibur». Como escribía el gran Joseph Roth en «La cripta de los capuchinos»: «Siempre me ha parecido que los hombres que aman demasiado a los animales emplean en ellos una parte del amor que debieran dar a los seres humanos; y me di cuenta de lo justa que era esta apreciación cuando comprobé casualmente que los alemanes del Tercer Reich amaban a los perros lobos, a los pastores alemanes. ¡Pobres ovejas!, me dije».
Pobre España, convertida en un rebaño de ovejas
pusilánimes que ya ni siquiera saben cagar duro. Que Dios se apiade de
ti, cuando te lleven al matadero.
JUAN MANUEL DE PRADA
articulo publicado en ABC.ES
Querido amigo Juan: yo entiendo y comprendo a esos sanitarios que se niegan: están mal pagados, mal considerados, nada motivados y los medios y su preparacion no eran los adecuados
ResponderEliminarTambien comparto y comprendo, amigo Jose, en gran medida esa actitud, sobre todo porque, como se demuestra una vez mas, por encima de nosotros la responsabilidad es casi cero .
ResponderEliminarDesde luego no es facil asumir que se juegue uno la vida de manera evitable solo por la desidia , irresponsabilidad e inmoralidad de unos supuestos parasitos sociales.
Pero lo mejor del articulo es su fondo y el retrato hiperrealista que se hace de nuestro pais y su enfermedad social.
Solo basta leer esta entrada del blog "el supositorio" para saber a donde hemos llegado: " La histeria de los necios"
http://vicentebaos.blogspot.com.es/2014/10/la-histeria-de-los-necios.html