Gregorio Marañón, de su libro Vocación y ética.
Se lo oía decir a veces a mi padre -médico rural-, refiriéndose a la generación anterior a la suya, y que él denominaba “Medicina heroica”.
Era aquella en la que el médico acudía a visitar a los enfermos a sus casas, ya sea a pie o a caballo, de día o de noche y a veces en condiciones extremas.
Igualmente me contaba, como su abuelo -también médico rural- murió en una de las epidemias que diezmó la humanidad, y dejó escrita una carta póstuma, a sabiendas de que podía morir atendiendo a los enfermos, en un ejercicio heroico de generosidad, sentido del deber y fe en Dios.
Esa es sin duda la
gran herencia oculta que recibimos todos los médicos, y posiblemente el origen
último del prestigio de nuestra profesión.
Y por ello también
podrá serlo de su "recuperación", esto es: a través de la generosidad y el sentido de
trascendencia (puesto que si nos
convertimos en simples asalariados o esclavos del prestigio, nunca se nos
perdonaran los errores de una ciencia que siempre será inexacta).
Pero cuando mi padre me contaba aquello, ignoraba que él mismo, también estaba de servicio las 24 horas del día y básicamente solo se diferenciaba de su abuelo en que podía disponer ocasionalmente de algún vehículo, y que existían nuevos fármacos más resolutivos como los antibióticos.
Hoy, visto desde la perspectiva del tiempo, parece evidente que la suya, resultaba también una “Medicina heroica”.
Por ejemplo
recuerdo de niño como algo natural oír llamar a la puerta de casa -la casa del
médico-, a cualquier hora del día o noche,
y escuchar: ¿Está don Juan?
A
veces era alguien con la angustia extrema de una urgencia vital.
Crecí pues, con
esa convicción de que el médico es por encima de todo un servidor social con
entrega incondicional, valorado, querido y respetado socialmente.
Y también pude
comprobar cómo él mismo, se dejaba jirones de su vida en esa entrega
incondicional y enfrentándose a las realidades más trágicas de la vida.
Todo ello enfocado
con sentido de deber “terrenal” pero también desde la trascendencia de su
compromiso cristiano.
Hoy en día, ha cambiado considerablemente el ejercicio profesional del médico rural así como las circunstancias sociales, sin embargo creemos que esencialmente sigue siendo una "medicina heroica".
La llegada de los centros de salud con la ley de sanidad en 1986, trajo como positivo los horarios “civilizados” de trabajo de ocho horas.
Pero también llegó la colectivización de la profesión, que diluía la responsabilidad en equipos y la incorporación de la informática en las consultas. Todo ello transformando en cierta medida, la figura del médico en equipo, la del paciente en usuario, y la clínica y el tratamiento en programas y protocolos.
Socialmente también
vivimos la merma de autoridad de todos los servidores públicos: desde maestros,
sacerdotes, fuerzas de orden público, etc., y por supuesto también los médicos.
Pero son
precisamente estas nuevas circunstancias sociales adversas, las que tal vez
vuelven a hacer de otra manera "heroica", la medicina rural, pues el
acto médico siempre será un encuentro radicalmente humano entre dos personas:
el médico y el paciente, enfocado desde una triple dimensión: física, psíquica
y espiritual.
Como la esperanza permite mirar la realidad mas allá de las coyunturas sociales, creemos que la figura del médico rural siempre prevalecerá: por ser la imagen más fidedigna del médico de familia, y por ello la piedra angular del cualquier sistema sanitario.
Y porque representa uno de los grandes logros de la civilización.